El jabón de manteca, el whisky y los lápices se usaban en el pelo de las mujeres
El cuidado del cabello en el lejano Oeste era intrigante. Olvídate de los champús perfumados que conocemos hoy en día. En aquella época, eran jabones de manteca y lejía. Sin embargo, algunos recurrían a una mezcla poco convencional de whisky y aceite de ricino. ¿Te imaginas usar estos productos?
¿Y cómo se peinaban las mujeres en aquella época? Con lápices, por supuesto. Los enrollaban en el cabello para que quedara rizado y bonito.
El baño olía fatal
A la mayoría se nos viene a la mente las películas de vaqueros cuando pensamos en el lejano Oeste, pero era una época llena de costumbres desagradables. Por ejemplo, los retretes eran un cobertizo con un agujero en el suelo. Imagina las condiciones insalubres: olores penetrantes, bichos y sin papel higiénico. Así es: este elemento no llegó al mundo occidental hasta mediados del siglo XIX.
Hojas de mazorcas, de maíz o hierba servían como sustitutas. El olor del baño era tan penetrante que causaba un malestar estomacal.
Los bares estaban llenos de licores de mala calidad y toallas llenas de bacterias
En esa época, las tabernas servían alcohol libremente, pero bajo esa fachada se escondía una verdad que te erizará la piel. La gente iba a tabernas donde le servían una infame bebida conocida como "rotgut". Una combinación de licores de mala calidad. Por eso, no era sorpresa que la gente se enfermara al beberlo.
Por si fuera poco, las barras contaban con unas toallas que se utilizaban para limpiar las barbas. Los clientes no sabían que además albergaban un caldo de cultivo de gérmenes y suciedad.
Era habitual dormir en camas infestadas de bichos
Imaginemos un mundo en el que las camas eran de heno. Aunque puede parecer impensable, así dormían en el lejano Oeste. La comodidad era una preocupación secundaria, ya que era mejor que el suelo. Sin embargo, era muy difícil desinfectarlas de manera adecuada, y cambiar el heno regularmente era poco práctico.
A menudo, las camas estaban plagadas de chinches, piojos y cualquier otro bicho que se metiera.
Los pañuelos los protegían de los malos olores
Las personas que vivían en el lejano Oeste no solo marcaron la moda, sino que sus accesorios tenían una doble función: práctica e higiénica. Los pañuelos los protegían del viento y del sol abrasador, pero había otra ventaja oculta. En una época en la que el acceso al agua potable y al baño era limitado, las prácticas de higiene personal dejaban mucho que desear; por eso, servían como una barrera.
No solo protegían del polvo, sino que también ayudaban a reducir la propagación de gérmenes y olores desagradables.
La higiene bucal se componía de una tenaza y un poco de whisky
La falta de recursos hacía que la salud bucal no fuera importante. No era fácil encontrar una sonrisa impecable. Los cepillos de dientes eran un lujo y, para muchos, limpiarse no era un hábito. Ante problemas como caries o endodoncias, los tratamientos no eran sofisticados. El método preferido consistía en que los barberos o incluso los herreros extrajeran el diente con una tenaza.
La única opción disponible para calmar el dolor era con una buena dosis de whisky.
La mayoría de la gente no tenía papel higiénico
En el lejano Oeste, la gente tenía que ser creativa para ir al baño. El papel higiénico no existía, así que recurrían a las hojas del maíz o páginas arrancadas de revistas. No fue hasta 1857 cuando Joseph Gayetty introdujo el "papel medicinal", pero se vendía por cuadrados. Recién en 1890, llegó en rollo, junto con la invención del portarrollos.
Y en la década de 1920 se generalizó su venta. Aun así, el lejano Oeste contaba con prácticas poco higiénicas en los cuartos de baño.
La sorprendente verdad sobre las duchas
En el terreno polvoriento del oeste norteamericano, la limpieza adquiere un significado totalmente nuevo. Los pioneros y los vaqueros tenían la peculiar idea de que bañarse con demasiada frecuencia podría ser perjudicial para la salud. Temían que los dejara vulnerables a las enfermedades. Sin embargo, la realidad distaba mucho de ser ideal. Con un acceso limitado al agua limpia, los colonos no podían higienizarse con regularidad.
Poco sabían que su reticencia a lavarse tendría graves consecuencias. Los vaqueros, vestidos con la misma ropa día tras día, eran víctimas de infecciones fúngicas persistentes.
Los barberos solían dar consejo sobre hábitos de aseo personal
Retrocedamos en el tiempo hasta el viejo Oeste, donde los barberos ocupaban un lugar especial en la sociedad. Se los consideraba personas bien informadas, que no solo proporcionaban cortes de pelo, sino también consejos sobre higiene. Sin embargo, sus recomendaciones no siempre eran las mejores. Aunque los aplaudimos por promover el aseo personal, algunas de las prácticas y productos sugeridos, como el uso de ciertas lociones, no eran eficaces.
No obstante, los estatus en la comunidad se mantuvo alto por mucho tiempo. Incluso las mujeres acudían a ellos para que las orientara en sus rutinas de belleza.
El agua limpia para beber y ducharse era difícil de conseguir
Tener agua corriente no era más que un sueño. A medida que Estados Unidos se expandía hacia el oeste en el siglo XIX, la mayoría de las regiones carecían de una infraestructura hídrica adecuada. Sin embargo, las zonas más desarrolladas disfrutaban de los sistemas de riego y filtrado. Aventurarse en territorios inexplorados significaba dejar atrás ciertas comodidades, como ducharse, lavarse los dientes e incluso beber agua fresca.
Por lo tanto, una de las soluciones era recoger el agua de la lluvia; de lo contrario, beber agua y asearse era una tarea difícil.
La mayoría de los hombres llevaban el pelo largo y sucio
Los peinados de los hombres se convirtieron en algo más que una simple declaración de moda: revelaban la historia de un viajero. Muchos evitaban cortárselo porque viajaban con frecuencia. Así que el largo del pelo era la representación del tiempo que llevaban de viaje. Y lo más probable, tampoco se duchaban. Imagínate lo mal que les olía el pelo.
Pero esto es solo el principio; sigue leyendo para conocer los detalles más asquerosos del lejano Oeste.
El mercurio se usaba para combatir la sífilis
Hubo un tiempo en que una terrible epidemia conocida como sífilis se extendió como pólvora entre la población. En la búsqueda de un remedio, los médicos recurrieron a una sustancia: el mercurio. Y, a pesar de los graves efectos secundarios, los pacientes lo soportaban. Este tratamiento imprudente solía durar años y causaba sufrimientos a los pacientes. Sin embargo, la gente estaba convencida de que funcionaba.
Úlceras, pérdida de dientes e incluso insuficiencia renal eran solo algunas de las devastadoras consecuencias. Fue una época aterradora para tratar cualquier problema de salud.
Los jabones se hacían con grasa animal
En la actualidad, tenemos muchas opciones de jabón para elegir. Sin embargo, durante esa época, la selección era mucho más limitada. Pero eso no significó que se prescindiera de ellos. Sus jabones tenían una receta sencilla. Compuestos de grasa animal, lejía y agua, e infundidos con hierbas para perfumar.
Aunque suene asqueroso, la gente se lavaba el cuerpo con jabones de grasa animal.
La gente escupía tanto que tuvo que prohibirse
En las tabernas, escupir tabaco era algo habitual. Se colocaron escupideras por todos lados, pero eso no solucionó el problema. Los suelos se cubrían de serrín para absorber la saliva, y lo que creaba un caldo de cultivo para los gérmenes. Se convirtió en un foco de enfermedades respiratorias como la neumonía y la tuberculosis. Para empeorar las cosas, había viajeros que alquilaban habitaciones arriba de este caos.
Algunos lugares llegaron a promulgar leyes donde se prohíbe escupir, especialmente en las estaciones de tren, e imponían fuertes multas y penas de prisión a los infractores.
Un espectáculo era un caldo de cultivo de gérmenes
En el siglo XIX, en medio del éxito del espectáculo de Buffalo Bill, la situación tras bastidor ponía de manifiesto las condiciones insalubres en que vivían los artistas. Detrás de las deslumbrantes actuaciones, el espectáculo no podía mantener una higiene adecuada. Aunque se esforzaban por mantener la limpieza, los polvorientos escenarios y los abarrotados campamentos eran el caldo de cultivo perfecto para las enfermedades.
Si bien este espectáculo cautivó la imaginación de muchos, también su historia sirve como recordatorio de las prácticas insalubres que prevalecían en aquella época. Sigue leyendo para descubrir más hábitos que nos alegramos de que hayan quedado en el pasado.
Las mujeres se limpiaban la cara con el agua del río
Imagina vivir en un lugar donde la suciedad era una fiel compañera. Pero ¿cómo la gente podía vivir así? Las ingeniosas mujeres de la época tenían sus trucos. Todas las mañanas iban a los manantiales o arroyos para lavarse la cara y calmar la sed. Sin embargo, había un inconveniente importante.
En esos parajes no existía la intimidad; por eso, bañarse era un lujo reservado para raras ocasiones, por lo que limpiarse solo cara era lo habitual.
La cruda realidad de los vaqueros y sus caballos
Cuando pensamos en vaqueros, nos imaginamos a individuos fuertes y rudos que mantienen un vínculo estrecho con sus caballos. Su relación es legendaria, pero tras esta fachada se esconde una verdad menos agradable. Sin querer, los vaqueros limpiaban a sus caballos con la misma frecuencia que ellos se bañaban. Al recorrer grandes distancias, la higiene adecuada pasaba a un segundo plano tanto para el jinete como para el animal.
Al parecer, eran conocidos por entrar a las ciudades después de un largo viaje con un olor que impregnaba todo.
La lucha por la higiene y unos baños adecuados
Mientras que en las grandes ciudades como Nueva York el agua corriente llegó en 1842, en el oeste tardó varios años más en llegar. En 1920, solo el 1 % de los hogares de todo Estados Unidos disponía de algún tipo de cañería. Sin embargo, para las casas rurales, el agua sacada del pozo era la mejor opción. La mayoría de los cuartos de baño lucían a los orinales portátiles de la actualidad.
La falta de saneamiento adecuado en muchos hogares del lejano Oeste hacía que las prácticas básicas de higiene sean nulas, lo que contribuía a unas condiciones de vida insalubres y a posibles riesgos para la salud de sus habitantes.
Las familias se bañaban con la misma agua
En esa época, tener una bañera en casa era un lujo que la mayoría de los hogares no podían permitirse porque había que transportar agua, calentarla y llenarla. No fue hasta que Sears, Roebuck & Co. empezó a publicar catálogos de venta por correo en 1894 que la gente comenzó a comprarlas. Sin embargo, costaría casi 800 dólares en moneda actual.
A medida que más hogares adquirían bañeras, la familia, para ahorrar esfuerzo, compartía el agua del baño. Surgió la tradición del "baño del sábado por la noche", ya que todos querían estar limpios para ir a la iglesia el domingo.
La sucia verdad tras la presa Hoover
En esta impresionante fotografía histórica, vemos al indómito río Colorado cerca de la presa Hoover. Pero lo que no vemos es una historia de condiciones insalubres. En el pasado, sufrió la contaminación procedente de diversas fuentes, como las actividades mineras, los residuos industriales y residenciales.
Las aguas se convirtieron en un caldo de cultivo de enfermedades y plantearon graves riesgos para quienes dependían de él para beber, bañarse y regar.
Las tormentas de arena provocaron enfermedades respiratorias
Amigos, sujeten bien sus sombreros de vaquero, porque estamos a punto de descubrir un pequeño y sucio secreto del lejano Oeste. Imaginen esto: hombres rudos y decididos que luchan contra todo, incluido una pesadilla antihigiénica. Hablamos de las tormentas de polvo y de arena que parecían infiltrarse por todos los rincones. Estos valientes tuvieron que ser creativos para mantenerse limpios en medio del caos.
Desde cubrirse la cara hasta evitar la arena en los ojos, se enfrentaron a graves riesgos. Si la inhalaban, podían contraer alguna enfermedad respiratoria.
Los hombres eran más sucios que las mujeres
En el lejano Oeste, la limpieza era una batalla contra el entorno. Con la escasez de agua, bañarse era un lujo, y algunos tenían suerte si lo hacían una vez a la semana. Pero he aquí el giro: las mujeres se convirtieron en las heroínas. Al ser las encargadas de las tareas domésticas, tenían acceso a la preciada agua y, por eso, se mantenían más limpias. Mientras tanto, los hombres trabajaban al aire libre y no podían bañarse con demasiada frecuencia.
Durante esos años, no era bueno ser hombre porque lo más probable era que trabajes en la intemperie, mugriento y maloliente todo el tiempo.
Los gérmenes y los riesgos para la salud estaban por todas partes
Imagina: pioneros valientes que se lanzan a la épica conquista de los indómitos territorios del lejano Oeste. Poco sabían que a cada paso que daban se convertían en portadores de enemigos invisibles: ¡los gérmenes! A medida que atravesaban vastos paisajes y se encontraban con nuevas comunidades, estos exploradores, sin saberlo, propagaban bacterias y virus. Con pocos conocimientos y recursos médicos limitados, las enfermedades proliferaron.
La gripe, el sarampión y la tuberculosis, por nombrar algunas, causaron estragos entre la población. La falta de prácticas sanitarias e higiénicas adecuadas no hacía más que propagar estas enfermedades.
Lysol se utilizaba como cura para muchas infecciones
En una época en la que se silenciaron las cuestiones íntimas, un producto peculiar se convirtió en el centro de atención: Lysol. Sí, has leído bien. Comercializado como desinfectante doméstico, tuvo un papel inesperado en la higiene personal. Las mujeres que buscaban alivio para sus molestias recurrieron a este potente brebaje. Para nuestra sorpresa, se vendía como un remedio para todo, desde infecciones hasta anticonceptivos. Sin embargo, desconocían que las sustancias químicas y toxinas que contenía podían ser más perjudiciales que beneficiosas.
No fue hasta más tarde que la sociedad se dio cuenta de sus peligros. Puede que el lejano Oeste fuera un tiempo de aventuras, pero no fue una época muy agradable para quienes tenían problemas de salud.
El poder terapéutico de las aguas termales de Colorado
Aunque las duchas diarias no eran la norma, los pioneros encontraban consuelo en las aguas rejuvenecedoras de las fuentes termales de Colorado. Pagosa Springs destacaba como un paraíso natural. Los pioneros se sumergían en las aguas ricas en minerales porque creían en sus propiedades curativas. Llegaron a ser veneradas no solo por sus beneficios terapéuticos, sino también como una forma de descanso.
Hoy en día, se han transformado en lujosos balnearios y preserva el legado de los pioneros en su búsqueda del bienestar en tiempos difíciles.
Las infecciones proliferan
El deseo y el peligro se entrelazaron en las tabernas y los burdeles. Detrás del atractivo de las damas, acechaba una amenaza: el riesgo de contraer enfermedades venéreas. Se calcula que la mitad padecían estas infecciones, y el uso de remedios como el mercurio y el ácido bórico no hacía más que exacerbar el peligro. Esto significa que el contagio se propagaba como la pólvora. El verdadero alcance de los estragos causados no está claro, ya que en los certificados de defunción a menudo ocultaron la causa de la muerte.
La sombría realidad hizo mella en sus vidas, en especial, porque la limpieza era un lujo que pocos podían permitirse.
Las aguas curativas de Arkansas se utilizaban como remedio
En una época en la que proliferaron las enfermedades y los tratamientos médicos eran escasos, estas aguas termales tenían un poder místico de curación. Imagina vivir en una época en la que los médicos recetaban, para los dolores de espalda y las inflamaciones, un viaje a las aguas termales.
Estas maravillas naturales proporcionaban un descanso muy necesario. También arrojaban luz sobre las prácticas higiénicas insalubres de la época y la fuerte creencia en las capacidades curativas de estos extraordinarios manantiales.
El cuidado higiénico del cabello
Las prácticas de higiene personal pasaron a un segundo plano durante esta época. Los hombres llevaban el pelo largo y despeinado; sin embargo, con el paso del tiempo, se produjo un cambio. Empezaron a reconocer la importancia de una higiene capilar adecuada y con la mejora de las herramientas de aseo, surgió una nueva tendencia.
Los hombres usaron con entusiasmo las tijeras y las maquinillas de afeitar, y decidieron adoptar por primera vez un aspecto más limpio y pulido.
Las mortales consecuencias de las enfermedades
En el lejano Oeste, las enfermedades eran la principal causa de muerte entre los pioneros. Alrededor de nueve de cada diez murieron por causas como la disentería, la viruela, el sarampión, las paperas, la gripe, la fiebre y el escorbuto. El cólera, en particular, era la enfermedad más común y mortal porque se propagaba a través del agua contaminada. Además, se enfrentaban a un riesgo constante de infección y muerte debido a las malas prácticas de limpieza.
Mantenerse sano y evitar contagiarse era un reto constante en el implacable desierto.
Cuidar la salud emocional con supersticiones y prácticas místicas
En el impredecible mundo del lejano Oeste, sus habitantes encontraban consuelo en las supersticiones. Estas coexistieron con la dura realidad de un acceso limitado al agua potable y a una higiene adecuada. Si se enfermaban, acudían a los adivinos para vislumbrar su destino y su futuro.
Adoptaron prácticas como mirar las bolas de cristal y leer las cartas del tarot, traídas por los romaníes de Europa. Estas tradiciones les ofrecían una sensación de consuelo y conexión en medio de los desafíos de la vida fronteriza.
Incluso las iglesias de la época estaban llenas de gérmenes
Aunque la iglesia metodista de Nuevo México es un símbolo histórico y un patrimonio cultural, esconde sus secretos. En los tiempos del lejano Oeste, este templo carecía de mantenimiento y saneamiento. El polvo y la suciedad se acumulaban en sus antiguos muros, y esto lo convirtió en un caldo de cultivo para bacterias y alérgenos.
La falta de normas de higiene en aquellos tiempos contribuyó a la propagación de enfermedades entre los fieles. Hoy admiramos esta antigua iglesia como testimonio de la historia norteamericana.
Los mineros sufrían enfermedades pulmonares
Durante esta época, los mineros se enfrentaron a condiciones peligrosas que iban más allá de los túneles traicioneros y del trabajo agotador. Una de las amenazas más importantes para su salud era la exposición constante al polvo. Su inhalación podía causar, por lo general, el desarrollo de una enfermedad pulmonar debilitante conocida como neumoconiosis.
Por desgracia, los riesgos no terminaban ahí. También se enfrentaban a una elevada probabilidad de contraer cáncer de pulmón, lo que ponía de manifiesto las insalubres condiciones de trabajo.
El alcohol se utilizaba para curar enfermedades
La falta de saneamiento y de normas higiénicas hacía que a menudo las ropas estuvieran cubiertas de polvo y bañarse era poco frecuentes. Además, contaban con un acceso limitado a la atención médica adecuada, los profesionales eran pocos y estaban muy dispersos, por lo que los pioneros tenían que ser creativos cuando se trataba sus dolencias. Por eso, recurrieron a remedios poco convencionales; como las bebidas alcohólicas, que se utilizaron como sedantes.
Era una época en la que la búsqueda de la salud chocaba con la realidad insalubre, por lo que beber diversos cócteles era cuidarse.
Medicinas increíbles, de la cocaína a la aspirina
La higiene era un lujo, y la enfermedad acechaba en cada esquina. Pero en medio de la suciedad, existían algunos remedios sorprendentes bajo la manga. Si a un vaquero le dolía una muela, le daban cocaína. En la década de 1880, existían unas gotas para aliviar el dolor de muelas que contenían esta droga. Esta potente sustancia actuaba como anestésico local, adormecía el dolor y daba a los vaqueros un respiro temporal de la agonía.
Sin agua limpia para bañarse ni una eliminación adecuada de los residuos, las enfermedades proliferaron. Estas medicinas se convirtieron en un salvavidas en este mundo.
A menudo se bebía whisky en lugar de comer
Cuando evocamos imágenes del lejano Oeste, a menudo nos imaginamos a los vaqueros alrededor de las hogueras mientras disfrutan de una deliciosa comida. Pero la realidad distaba mucho de esto, a menudo comían solo alubias. Otro alimento básico: el whisky. A veces, beberlo era visto como una comida entera. Está claro que cuidarse era la menor de sus preocupaciones.
Incluso si disponían de alimentos adecuados, la falta de agua limpia y las condiciones insalubres en las que se cocinaban hacían que fueran susceptibles a los gérmenes.
La obsesión por mascar tabaco y escupir
Mascar tabaco era algo más que un hábito asqueroso: servía para algo. Al margen de su naturaleza adictiva, muchos individuos recurrieron a este hábito para luchar contra la deshidratación que les producía trabajar sin descanso en los campos. La humedad del tabaco masticado los reconfortaba y les evitaba tener la boca reseca. Sin embargo, tenía un efecto secundario bastante desagradable: escupir.
Se colocaban escupideras por todas partes, en bancos, tiendas, bares. Mascar tabaco podía ser un pasatiempo favorito, pero escupir era una acción difícil de presenciar.
El whisky, el juego y los burdeles eran pasatiempos comunes
En el indómito lejano Oeste, existía un mundo de vicio y tentación. Los vaqueros y los colonos buscaban consuelo a sus duras vidas a través de tres pasatiempos: el whisky, el juego y los burdeles. El alcohol fluía sin problemas y les proporcionaba un escape de la dura realidad. Las casas de juego y las tabernas se convirtieron en centros de adrenalina, donde ganaban y perdían fortunas. Y luego estaban los burdeles, que satisfacían los deseos de quienes buscaban compañía y placer.
Estos placeres, aunque ofrecían un respiro momentáneo, reflejaban las prácticas insalubres y moralmente cuestionables que prevalecían en aquella época.
Las peleas en los bares a causa del licor eran cotidianas
La taberna era como un refugio para los vaqueros que buscaban un respiro de los polvorientos caminos. Pero las bebidas que ofrecían distaban mucho de ser refinadas. El whisky, la bebida preferida, tenía una receta que consistía en azúcar quemado, alcohol potente e incluso trocitos de tabaco de mascar. Este brebaje tenía una potencia sin igual, lo que convertía a muchos vaqueros en alborotadores y propensos a la violencia.
El vino de cactus surgió como una alternativa popular, mezclando tequila con té de peyote; estos potentes elixires causaban las peleas.